Aysén / Patrimonio PUBLICADO EL 19 ENERO, 2021 Durante 2020 Región de Aysén perdió a tres cultores del patrimonio cultural inmaterial

Diciembre de 2020 comenzó con el fallecimiento del reconocido Tesoro Humano Vivo, Rómulo Ranquehue, tabero que dejó un gran legado en el territorio. Sin embargo, no fue la única pérdida para el patrimonio cultural inmaterial de la Región de Aysén, ya que durante 2020 también fallecieron dos cultores reconocidos por la Subdirección de Patrimonio Cultural Inmaterial: el soguero Juan Mansilla de Coyhaique y el carpintero de ribera Héctor Herrera de Raúl Marín Balmaceda. Ambos dan cuenta de oficios, que tanto en el litoral, como en la pampa, han contribuido al habitar de la región y son parte del inventario del Patrimonio Cultural Inmaterial de Chile (http://www.sigpa.cl/region/aysen).

Como una manera de homenajear de manera póstuma el gran aporte que hicieron Juan y Héctor, les dejamos las últimas entrevistas que se le realizaron.

La soguería como parte de la vida

Juan Carlos Mansilla Gallardo, nació en Puerto Aysén el año 1963. Hijo de Georgina Gallardo (Puerto Montt) y Bernardino Mansilla (Osorno), se crió junto a sus hermanos en la ciudad porteña.  Más adelante llegó a establecerse a Coyhaique donde formó su familia junto a Teorinda Toro, con quién tuvo tres hijos: Andrea, Juan y Carlos.

El año 2019 en el contexto del estudio Trabajo en Soga en la región de Aysén 2018-2020, promovido por la Subdirección de Patrimonio Cultural Inmaterial y realizado por la Universidad Católica de Temuco, le realizaron una entrevista donde da cuenta del oficio que lo acompañó por años. “Empecé como a los 8 años a aprender soga, yo me crié mucho en el campo en Aysén y por ahí iba a ver a un vecino que sabía trabajar, Segundo Maripillán. No es que él me enseñara, sino que yo lo miraba como hacía una sortija, como sobaba una soga, empecé a grabar en mi mente como era  el sistema de la soguería, ahí hice un “arriador” que fue lo primero que hice…trenzado de 4, tenía como 8 o 9 años,  después me fui por ahí a bagualear por Bahía Erasmo, con don José Lagos, y por ahí trabajamos mucho en soga para agarrar los animales (…), hacíamos soga bruta nomás, pero igual servía; también hice lazos de lonja, de una sola hebra, esos me servían para las tropas, porque yo empecé muy niño a trabajar en la soga.”

Con respecto al oficio de la soguería, Juan Carlos señalaba que se aprende mirando. “Los jóvenes vienen y quedan mirando y por ahí agarran una soga y empiezan a ayudar,  los que han venido acá conmigo han aprendido, al menos a hacer una sortija, muchos muchachitos vienen, muy educaditos, porque a mí me gusta el respeto y enseñar con respeto también, hijos de amigos y amigos de mis hijos, hay que ponerle empeño, usted cuando mira y va grabando aprende, usted con una cosa que haga ya es bueno, para ello es bueno y para mí también porque me da gusto que aprendan”.

“Este trabajo a veces no se valora porque la gente lo encuentra caro, pero imagínese usted lo que demora uno en hacerlo, son varios días, más los materiales que se compran, argollas, aunque a mí no me encuentran caro mi trabajo, yo hago algo y lo subo, con mi teléfono y me lo compran, porque yo no hago un trabajo fino, yo conocí mucha gente antigua que trabajaba muy bonito en soga, aunque no lo demostraban mucho, por esto que el trabajo en soga no se paga bien…”

Su familia lo recuerda como un hombre muy paciente y querendón, también muy querido de toda la gente, siempre caía bien, “tenía una personalidad buena sin maldad. Soguero toda su vida, y conocedor de los trabajos en el campo, siempre tuvo un amor por los trabajos del campo, con animales,  amanses de caballo, le costaba mucho estar encerrado, trabajó en Argentina y en  Punta Arenas,  se fue  para buscar mejor vida porque acá las pegas de puestero eran muy mal pagadas, también tocaba acordeón y guitarra, sus hijos lo heredaron y los dos hermanos saben hacer soga”, recuerda su hija, Andrea Mansilla, agregando que “mi papá tenía siempre  ganas de aprender y de enseñar. Siempre ayudaba, aunque a veces no tenía para él, pero para ayudar ahí siempre tenía, a la casa llegaban hartos jóvenes o personas por el trabajo de la soga, siempre nos enseñó a ser humildes y dar. Mi hijo era muy regalón de él y él también le enseñaba. Se emocionaba de ver a su nieto de gaucho  en los desfiles”.

Carpintería de ribera

Héctor Hugo Herrera Aguilante, nació el año 1943 en Puerto Aysén. Fue hijo de Gumersinda Aguilante Ojeda y Juan Herrera Valladares quien era carpintero de ribera y le transmitió los conocimientos del oficio.

Vivió junto a sus padres y hermanos en el sector Pangal de la comuna de Aysén hasta los dieciséis años. Cuando su padre falleció se trasladó a Puerto Aysén y trabajó en una empresa que realizaba establecimientos educativos, razón por la cual se trasladó a la localidad de Raúl Marín Balmaceda a participar en la construcción de la Escuela Amanda Labarca. Ya en la isla conoció a la que sería su esposa, Leticia Ruiz, con quien formó una familia y se radicó en la localidad.

Desde los 12 años, realizó para su uso personal, principalmente, botes a remo para la extracción de leña y tejuelas labradas por él y su familia; recolección de pelillo; buceo y pesca. Ya en su etapa de adultez los vecinos y vecinas de Raúl Marín supieron que sabía construir y comenzaron a encargarle embarcaciones de diversos tamaños.

Es así como Héctor en sus tiempos libres empezó a dedicarse más a la carpintería de ribera, aunque como el señala en la entrevista para la investigación participativa denominada Carpintería de Ribera en la región de Aysén igualmente propiciada por la Subdirección de Patrimonio Cultural Inmaterial y desarrollado por la Universidad Austral: “(…) aquí para sobrevivir hay que ser de combate, si no estamos mal…el trabajo hay que buscarlo y yo soy de esos que soy bueno pal´ trabajo”.

Durante su vida don Héctor pudo traspasarles sus conocimientos en carpintería a sus hijos y a su nieto: “(…) yo tengo un nieto, terminó su cuarto medio y me dijo yo quiero estudiar carpintería, construcción, ya po´ hijo le dije yo, estudia. Él siempre me ayuda, o sea es mi ayudante (…).”

En diciembre del año 2020 su hijastra Yohana Andrade, se refirió al cariño que Héctor siempre tuvo por el oficio. ”Su sueño era que sus hijos o sus nietos sigan en lo mismo, en la construcción, por eso que el Nicolás está estudiando técnico en construcción, gracias a lo que aprendió de él, (…) le falta solo un año para terminar.”

Relata además “El Nicolás siempre trabajó con el tata, yo también trabajé, hicimos construcciones juntos, igual ayudamos hacer botes, lanchas. Trabajamos harto en ello, se empezó con nosotros primero cuando éramos pequeños (…). Desde chiquitita siempre nos llevaba a trabajar con él, hacer madera o a buscar leña, siempre ayudamos en todo lo que eran las construcciones, en todas las partes que andábamos siempre trabajábamos con él. Desde muy niños nos enseñó a trabajar, a ganarnos, como decía él, el sustento de cada día y saber que las cosas no te llegan del cielo (…).

Yohana agrega que “el tata”, como ella lo llamaba, siempre intentó transmitir sus conocimientos a la juventud. “Él siempre con todas las personas con las que trabajó siempre les trataba de enseñar, para que vayan aprendiendo y mejorando su técnica con la carpintería, porque muchos eran ayudantes y sabían poco. Y él trataba de que esa persona, si le tomaba el interés a la carpintería, él le enseñaba más.”

Juan Mansilla y Héctor Herrera, participaron activamente de los estudios sobre Trabajo en Soga y Carpintería de Ribera en la región de Aysén, gracias a este trabajo se conservan entrevistas y registros audiovisuales donde se  expresan, en parte, sus conocimientos y visiones sobre los oficios que los acompañaron durante casi toda sus vidas.

Para conocer más sobre sus oficios pueden encontrar información en el sitio del Sistema de información para la gestión del Patrimonio Cultural Inmaterial www.sigpa.cl