La historia de la Orquesta de Cámara de Chile está profundamente ligada a los esfuerzos y pasión del maestro Fernando Rosas (1931-2007), Premio Nacional de Música 2006 y uno de los grandes prohombres de la música en el país, quien dio forma y ayudó a consolidar la institucionalidad que la convirtió en la única orquesta profesional, estable y estatal al servicio de los chilenos y chilenas.
Sin embargo, la vocación pública de la orquesta se remonta a sus orígenes, en la década de 1950. En esos años, los alumnos de las escuelas normales, donde se formaron los profesores de Chile durante gran parte del siglo XX, tenían que aprender obligatoriamente música y a tocar algún instrumento. Ya desde la década de 1940, grupos de docentes aficionados comenzaron a juntarse a tocar, y luego, bajo la iniciativa del maestro Luis Moll Briones, director de Educación Primaria Normal, se formó la Orquesta Sinfónica de Profesores, que empezó a funcionar regularmente bajo el alero del Ministerio de Educación.
Sus integrantes eran instrumentistas no profesionales que venían de diferentes partes del país y que, con más entusiasmo que rigor y experiencia, se presentaban en sus horas libres en liceos, actos de graduación y aniversarios. Con el paso del tiempo la orquesta logró mejorar su nivel artístico, prosiguiendo sus actividades sin mayores cambios hasta que, en 1980, empezó a funcionar bajo la tutela del Departamento de Extensión Cultural del Ministerio. Ese año se hizo cargo de dicho Departamento Germán Domínguez Gajardo, quien inició su gestión tratando de movilizar físicamente la orquesta, de manera que cumpliera su función didáctica.
Con este fin, creó las Temporadas de Conciertos Itinerantes, a través de las cuales la orquesta ofreció presentaciones por todo el país con notable éxito, congregando a más de 200 músicos en diferentes agrupaciones durante más de un década. Sin embargo, el problema para conformar y mantener la Orquesta de Profesores era que muchos de sus músicos cumplían funciones en diferentes escuelas y además algunos debían ensayar con la Orquesta Filarmónica de Santiago, por lo que se volvía muy difícil contar con los instrumentistas necesarios para llevar a cabo los programas musicales planificados. Por ello, en 1980, Domínguez decidió formar una nueva orquesta, integrada por músicos jóvenes —alrededor de 40 miembros— que sí estaban en condiciones de dedicarse enteramente a la agrupación, y convocar un concurso para llenar el puesto de director. Entre los postulantes se presentó Fernando Rosas Pfingsthorn, quien ya en ese entonces era un músico y gestor connotado.
Rosas había estudiado Derecho y Filosofía en Valparaíso, su ciudad natal, y se había perfeccionado como músico en Alemania y en Nueva York. Como fundador del Departamento de Música y la Orquesta de Cámara en la Universidad Católica de Valparaíso, de la Escuela de Música y la Orquesta de la Universidad Católica de Chile, y director de la Orquesta Filarmónica de Santiago entre 1974 y 1975, fue un precursor en la creación de grados profesionales para músicos y profesores de música; además, era organizador de festivales muy conocidos, entre ellos la Temporada Internacional de Conciertos del Teatro Oriente, que se realiza con notable éxito desde 1972, y perdura hasta hoy con el nombre de Temporada Internacional de Conciertos Fernando Rosas de la Fundación Beethoven, y la temporada de Conciertos de Verano de Viña del Mar, que continúa siendo muy concurrida y exitosa.
El año 1975, Rosas renunció a la Universidad Católica tras solidarizar con varios compañeros exonerados por motivos políticos. Aunque no era un hombre de izquierda ni había sido partidario de la Unidad Popular, sus actividades culturales no resultaban cómodas: en 1969, por ejemplo, había colaborado en la organización del Festival del Cantar Universitario, fuertemente inspirado en Víctor Jara y su Plegaria a un labrador; más tarde, en 1978, con motivo de un simposio sobre derechos humanos organizado por la Vicaría de la Solidaridad, Rosas le encargó a Alejandro Guarello la famosa Cantata de los Derechos Humanos que se presentó en la Catedral de Santiago. Sus posturas libertarias no eran del gusto del régimen militar, aunque fuese hijo del conocido almirante Lautaro Rosas, alcalde e intendente de Valparaíso y creador del Museo Naval; sin embargo, a pesar de su incorrección política, Germán Domínguez creyó en él e hizo las gestiones necesarias para que lo contrataran dentro del aparato estatal.
La gran creación de Fernando Rosas hasta entonces había sido la Orquesta de Cámara de la Universidad Católica, donde a partir de 1964 articuló una pequeña agrupación, con 12 músicos notables, que congregó con obsesión de perfeccionista. Apenas tres años después, estos músicos realizaban grabaciones y partían de gira por Argentina, Uruguay y Brasil, y en 1970 se presentaron en varios países europeos (España, Italia, Alemania del Este y del Oeste, Yugoslavia, Hungría, Polonia, Francia, Holanda), siendo la primera orquesta chilena en hacerlo. La crítica de la época situó a la agrupación al mismo nivel que la Orquesta Bolshói de la Unión Soviética, en ese entonces una de las diez mejores del mundo. Al regresar al país, el presidente Salvador Allende recibió a los músicos en el Palacio de La Moneda y los puso como ejemplo de orgullo para el país. En 1971 la orquesta también se presentó en las principales ciudades de Estados Unidos, con notables comentarios de la crítica norteamericana.
Con esta experiencia, y ante las falencias artísticas de los músicos de la agrupación ministerial, Rosas conformó una orquesta de cámara con una estructura clásica: instrumentos de cuerdas, vientos, maderas y percusión. Esto le permitió acotar su quehacer dentro de la precaria situación en el Ministerio, con una planta casi perfectamente sustentable. Con gran ahínco y una clara visión de la importancia de formar nuevos públicos para la música de conciertos, el maestro se hizo cargo del espíritu fundacional de la orquesta e ideó lo que llamó Ciclos de Conciertos Didácticos, para llevar la música a los estudiantes a lo largo del país.
La orquesta se puso en marcha con energía, presentándose en escuelas, iglesias y municipios, realizando hasta cien presentaciones al año. Trabajando coordinadamente con las Secretarías Ministeriales de Educación, se escogían los liceos a visitar cada mes; los integrantes de la orquesta se reunían con los profesores de música y les contaban el programa a presentar; además, preparaban un tríptico educativo —dentro de la orquesta muchos seguían siendo profesores— y enseñaban nociones básicas sobre qué es una orquesta, cuáles son sus miembros, las características de cada instrumento, las obras a interpretar, los diferentes estilos —como el barroco o el romanticismo—, la relación con las otras artes y con los sucesos históricos, o por qué un compositor como Beethoven escribió de un modo y no de otro.
Para aprovechar mejor los pocos recursos, Fernando Rosas dividió la orquesta en cinco grupos: dos grupos de cuerdas, uno con los primeros violines, otro con los segundos violines, un poco de viola, un poco de cello, un contrabajo aquí, un contrabajo allá; maderas, bronces y percusión. De esta forma, el lunes unas cuerdas iban a un lugar y el otro grupo de cuerdas acudía a otro liceo, mientras maderas, bronces y percusión concurrían a un tercero; la semana siguiente el programa rotaba, y así lograban visitar una gran cantidad de escuelas. Al finalizar estas visitas didácticas, la orquesta completa daba un gran concierto, al que asistían todos los alumnos junto a sus grupos familiares. Viajaron de Arica a Magallanes, se presentaron en Las Condes y en La Victoria, desafiaban el frío y atravesaban el barro, pero el esfuerzo daría enormes frutos: esos conciertos precarios fueron el germen de las más de 400 orquestas juveniles que existen hoy en Chile. En tiempos en que la cultura era escasa, la orquesta llenaba el silencio con música.