Repertorio interpretado en Las Condes, San Bernardo, Ñuñoa y Valparaíso, bajo la conducción del director titular Emmanuel Siffert
Gustav Mahler (1860 – 1911)
Sinfonía n° 7, en Mi menor, “Canción de la noche”
- Langsam – Allegro risoluto
- Nachtmusik. Allegro moderato
- Scherzo. Schattenhaft
- Nachtmusik. Andante amoroso
- Rondo – Finale
Compuesta entre 1904 y 1905, con estreno en Praga, el 19 de septiembre de 1908, con el propio compositor al frente de la Orquesta Filarmónica Checa.
Mahler desplegó una orquestación de gran riqueza tímbrica, que los arreglos de Klaus Simon respetan, sobre todo en percusión, glockenspiel, cencerros, incluyendo también arpa, piano y acordeón.
La sinfonía consta de cinco movimientos, alternando entre lo lóbrego, lo nocturno y el estallido final en luz:
Comienza con una introducción solemne con marcha fúnebre, texturas disonantes y un acorde ambivalente que desorienta desde el inicio. El tema principal estalla con vigor, reminiscencia de su Sinfonía n°6, de carácter dramático e imponente.
El siguiente movimiento se inspira en la tradición de la “música nocturna”, evocando a Berlioz, con serenata al aire libre, textura de cuerdas punteadas, solo de corno y motivos que vuelven como estribillos.
El Scherzo es espectral. Su naturaleza le confiere una atmósfera de fantasmal inquietud —una tercera “voz de la noche” contraria al carácter burlesco de otros scherzos mahlerianos.
En el cuarto movimiento, una segunda música nocturna, más íntima y amorosa. De textura calma, como una serenata crepuscular, iluminada por cuerda y viento.
El cierre, en forma libre de Rondó, con temas recurrentes, episodios contrastantes y una transformación progresiva del material temático hasta alcanzar un desenlace triunfal en Do mayor, un remate poderoso que remite simbólicamente a la salida del misterio hacia la luz.
Es un viaje de la noche al amanecer, ha sido visto como una metáfora romántica del tránsito de lo oculto y sombrío hacia la claridad y la luz. La obra oscila entre lo misterioso y el paisaje nocturno, y termina en un estallido de claridad tonal y orquestal —una de las expresiones más personales y avanzadas de la creación sinfónica de Mahler.
La obra tiene una duración aproximada de 80 minutos.

