Participación de Chile en la Bienal de Arte de Venecia

Cosmonación

Transportar el principio de nación a la segregación de un pueblo, el exilio como resistencia y recreación, proponiendo un imaginario en el cual es posible habitar un Estado desde la diáspora. Fueron estos conceptos los que inspiraron a la artista Valeria Montti Colque para crear el proyecto “Cosmonación”, propuesta que representará a Chile en la 60ª Bienal de Arte de Venecia, reconocido certamen mundial que se inaugurará en abril de 2024, en la ciudad italiana.

El proyecto

“Cosmonación” propone ingresar a un espacio donde el visitante encontrará un conjunto de sitios interrelacionados. Estos lugares, territorios, identidades y subjetividades mestizas se conectan a través de una montaña, pieza central del pabellón que, cobija y ampara la experiencia compartida de un daño que une a las comunidades exiliadas y desplazadas en diferentes lugares del mundo.

A través de este proyecto, el trabajo de Valeria Montti Colque junto al equipo integrado sólo por mujeres vincula al visitante con realidades y problemáticas que se encuentran en el centro de los debates político-sociales. “Cosmonación” no solo interrumpe la noción de representación nacional en un evento como la Bienal de Venecia, Valeria Montti, es la primera artista mujer chilena no nacida en Chile que representará al país en este reconocido evento, haciendo notoria la temática de la Bienal, stranieri ovunque (extraños en todas partes).

Curadora: Andrea Pacheco González

Andrea Pacheco González es investigadora y curadora chilena residente en Madrid. Ha trabajado con artistas como Teresa Margolles (MSSA, Santiago de Chile), Asunción Molinos Gordo (CA2M, Madrid) Los Carpinteros (MAMU, Bogotá), Dagoberto Rodríguez (CAAM, Gran Canaria), Juan Castillo (MAC y Museo de la Memoria y los DDHH, Santiago de Chile).

Fue responsable del MAC Quinta Normal, Museo de Arte Contemporáneo de Santiago de Chile y co-curadora invitada por el Centro de Residencias Artísticas de Matadero Madrid.

Actualmente es co-curadora de la exposición “La memoria colonial en las colecciones Thyssen-Bornemisza” en el Museo Thyssen Bornemisza y curadora del Pabellón Chile “Cosmonación” para la Bienal de Venecia, con la artista Valeria Montti Colque.

Andrea Pacheco González / Foto: Alfredo Caliz

Texto curatorial

En un espíritu antropológico, propongo la siguiente definición de nación: es una comunidad política imaginada e imaginada como inherentemente limitada y soberana. Es imaginada porque los miembros de incluso la nación más pequeña nunca conocerán a la mayoría de sus compañeros, ni los encontrarán, ni siquiera oirán hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión… En última instancia, es esta fraternidad la que hace posible, en los últimos dos siglos, que tantos millones de personas, no tanto maten, como mueran voluntariamente por imaginaciones tan limitadas.<span class="su-quote-cite"><em>Benedict Anderson</em></span>

Uno de los mayores desafíos que tendrán los gobiernos en las próximas décadas, tanto en el Norte como en el Sur global, será enfrentar los problemas asociados con el arcaico concepto de nación con herramientas contemporáneas. A pesar de que una poderosa arquitectura intelectual centroeuropea defiende esta unidad de organización territorial desde el siglo XVII, es el nacionalismo, uno de sus espectros asociados más peligrosos, el que sigue siendo una patología política que emerge una y otra vez y se convierte en un tapón que impide la evolución de nuestra civilización.

El origen de la idea de nación, como una comunidad que comparte territorio, etnia, idioma y religión, es premoderna y se remonta a ese espacio-tiempo tardomedieval en el que se promovió un proyecto civilizador transatlántico desde la Península Ibérica, basado en crucifijos y jerarquías raciales que permitieron la deshumanización del moro como arquetipo del otro (Majid, 2008). Seis siglos después, el mundo sigue organizado geopolíticamente sobre la base de esta fábula, ya que la nación sigue siendo ese «artefacto cultural» (Anderson, 1983) que se alimenta de la fantasía y se sostiene por la emoción.

Valeria Montti Colque nació en Estocolmo, Suecia, en 1978, dos años después de que sus padres huyeran de la dictadura militar chilena y se establecieran en Estocolmo como parte del compromiso institucional de Suecia con el gobierno derrocado de Salvador Allende. Montti Colque pertenece a la generación chilena nacida en el norte de Europa, en el seno de familias rotas por el trauma del exilio y el desarraigo. Creció en un municipio a unos 35 kilómetros del centro de Estocolmo, un suburbio que a mediados de la década de 1990 acogía a una comunidad diversa de desplazados, migrantes y exiliados de diferentes continentes.

La particular forma de vida y convivencia social que se desarrollaba en este «enclave disfórico» (Laguerre, 1998), lleno de riqueza cultural y diversidad, ha sido la fuente que ha nutrido su obra desde los tiempos de la Escuela de Arte, cuando con tan solo 20 años comenzó a performear extrañas criaturas en la calle. Sus acciones, dibujos, murales, esculturas o instalaciones, abundan en entidades no identificables, cuerpos-collage, subjetividades mestizas que portan objetos animados, recorriendo paisajes de colores, en constante tránsito, siempre yendo hacia algún lugar.

Como otras mujeres artistas, Valeria utiliza su cuerpo y, más específicamente, su rostro enmascarado como un sistema de protección frente a un contexto donde operan diferentes tecnologías de la otredad o la estereotipación (Hall, 1997), excluyendo todo aquello que supuestamente no pertenece. La máscara también opera como una forma de acceder y permitir el acceso a esos «otros modos de existencia» (Latour, 2013) que han sido silenciados o marginalizados en la cultura hegemónica. Existencias híbridas, ch’ixi (Rivera Cusicanqui, 2018), existencias mosaicas que irrumpen en la naturaleza supuestamente homogénea de las identidades nacionales. En sus obras, nos invita a acercarnos a un territorio donde se interrelacionan elementos visuales, simbólicos y materiales de todas las naciones que habita. No solo hablamos de Chile y Suecia, su obra también invoca a otras comunidades como el país aymara a través de sus vínculos familiares con la cosmovisión andina o la ascendencia africana de sus descendientes, incluso con las comunidades sami, Pueblos Originarios de las tierras nórdicas donde nació.

Como escribe Stuart Hall: «Los sujetos diaspóricos portan historias y culturas particulares, tradiciones de enunciación, lenguajes, textos y mundos de significación que los han configurado irremediablemente […] Pero las huellas de la formación de estas identidades no son nunca singulares sino múltiples, y como tales, estas huellas siempre se niegan a ser coherentes dentro de una única narrativa de pertenencia».

En este sentido, la obra artística de Valeria Montti Colque participa de un «conocimiento multidimensional» (Shiva, 1993) que no solo aúna múltiples identidades visuales, sino también preocupaciones colectivas como las del ecofeminismo, en cuanto a la relación que establecemos con la Tierra, junto a temas íntimos relacionados  como la maternidad o el duelo. Su performance plástico y conceptual nos convoca a un espacio ritual y político capaz de conectar la potencia de un bosque o una montaña con la de una comunidad extranjera en medio de una ciudad. Ha sido este deseo de proteger y sostener esta mixtura, lejos de la pureza, lo que ha permitido a un «cuerpo marrón» (Muñoz, 2020) sobrevivir en el manto blanco del frío invierno sueco.

Desde esta otra comunidad imaginada que es la nación fuera de la nación donde vive cada miembro de la diáspora, el pabellón chileno propone adentrarse en un espacio cosmonacional donde el visitante encontrará «un conjunto de sitios interrelacionados» (Laguerre, 2015). Estos diversos lugares e identidades se conectan a través de Mamita montaña, la pieza central del pabellón que, como un tótem, ofrece una protección simbólica, un refugio a los exiliados y postexiliados, refugiados, comunidades desplazadas. La montaña es un lugar sagrado para los aymara, es el lugar donde descansar al morir. Para la artista, tan lejos de sus montañas ancestrales andinas, es necesario construir las propias, a partir de huellas, fragmentos de todas las vidas vividas y por vivir.

A través de este proyecto, la obra de Valeria Montti Colque vincula al visitante con uno de los debates más importantes de la  actualidad que cruza la pregunta sobre «quién soy» con «dónde estoy» y la forma de cómo podemos territorializar la vida  (Yala Kisukidi, 2020) con identidades múltiples. Cosmonación no solo irrumpe en la noción de representación nacional en un evento como la Bienal de Venecia – ella sería la primera artista chilena no nacida en Chile en participar en su pabellón. Sino que, a la vez, cuestiona la construcción de la historia del arte nacional, el alcance y la pertinencia de sus categorías, herederas de narraciones hegemónicas que han sido débilmente cuestionadas, permitiéndole abrirse a nuevos relatos hacia un horizonte cultural global en constante transformación.