Patrimonio PUBLICADO EL 21 JULIO, 2016 Qedeshím Qedeshóth

Comparte este poema de Gonzalo Rojas en redes sociales usando el hashtag #AntologíaCiudadana. Los diez poemas más difundidos serán parte de una publicación ilustrada.

Mala suerte acostarse con fenicias, yo me acosté

con una en Cádiz bellísima

y no supe de mi horóscopo hasta

mucho después cuando el Mediterráneo me empezó a exigir

más y más oleaje; remando

hacia atrás llegué casi exhausto a la

duodécima centuria: todo era blanco, las aves,

el océano, el amanecer era blanco.

 

Pertenezco al Templo, me dijo: soy Templo. No hay

puta, pensé, que no diga palabras

del tamaño de esa complacencia. 50 dólares

por ir al otro Mundo, le contesté riendo; o nada.

50, o nada. Lloró

convulsa contra el espejo, pintó

encima con rouge y lágrimas un pez: -Pez,

acuérdate del pez.

 

Dijo alumbrándome con sus grandes ojos líquidos de

turquesa, y ahí mismo empezó a bailar en la alfombra el

rito completo; primero puso en el aire un disco de Babilonia y

le dio cuerda al catre, apagó las velas: el catre

sin duda era un gramófono milenario

por el esplendor de la música; palomas, de

repente aparecieron palomas.

 

Todo eso por cierto en la desnudez más desnuda con

su pelo rojizo y esos zapatos verdes, altos, que la

esculpían marmórea y sacra como

cuando la rifaron en Tiro entre las otras lobas

del puerto, o en Cartago

donde fue bailarina con derecho a sábana a los

quince; todo eso.

 

Pero ahora, ay, hablando en prosa se

entenderá que tanto

espectáculo angélico hizo de golpe crisis en mi

espinazo, y lascivo y

seminal la violé en su éxtasis como

si eso no fuera un templo sino un prostíbulo, la

besé áspero, la

lastimé y ella igual me

besó en un exceso de pétalos, nos

manchamos gozosos, ardimos a grandes llamaradas

Cádiz adentro en la noche ronca en un

aceite de hombre y de mujer que no está escrito

en alfabeto púnico alguno, si la imaginación de la

imaginación me alcanza.

 

Qedeshím Qedeshóth*, personaja, teóloga

loca, bronce, aullido

de bronce, ni Agustín

de Hipona que también fue liviano y

pecador en África hubiera

hurtado por una noche el cuerpo a la

diáfana fenicia. Yo

pecador me confieso a Dios.

 

 

*En fenicio: cortesana del templo.